Por Luis Miranda
Justo antes de que la pandemia llegara a cambiar nuestros hábitos, la forma de relacionarnos, de comunicarnos, de comprar y de transitar la vida, había en la moda chilena una especial efervescencia: existía una amalgama en formación, un momentum creativo que reunía a fotógrafos, diseñadores, estilistas, maquilladores, escuelas y periodistas de moda que engranaban un pequeño pero pujante círculo, la incipiente industria de moda chilena.
Vino la pandemia y ese largo camino recorrido, esos cimientos que se construían lento quedaron a mitad de camino, la amalgama no cuajó. La moda cedió paso a la emergencia, y -como toda necesidad suntuaria en tiempos de sobrevivencia- perdió protagonismo y atención. Las quiebras que afectaron a empresas, también alcanzaron a la industria de la moda local, la baja en las ventas también mermó su ejercicio y la incertidumbre se tomo el área.
Desde que Chile decidió abrir sus puertas a la economía mundial, al intercambio comercial con países de todas latitudes, la industria de moda chilena comenzó a tambalear. De eso ya varias décadas. Irónicamente, fue un virus que se esparció rápido gracias a los lazos de un mundo globalizado el que le dio otra estocada a la siempre tambaleante industria de moda local. Después de la apertura comercial del régimen militar, el primer síntoma fue la quiebra de las empresas textiles locales en los años 70 y 80. Durante esta última década, el surgimiento de un jet set criollo permitió la consolidación de algunos nombres que destacaron en la época de las hombreras exageradas y el pelo voluminoso. Rubén Campos, Luciano Brancoli y José Cardoch son algunos de los diseñadores que se consolidaron en esa época. Sus exitosos talleres eran una excepción a la regla, en una época donde se profundizaba la libertad económica que propició el surgimiento de malls y la llegada de marcas extranjeras. Llegó el 2000 y Chile se consolidaba como uno de los países de economía más abierta del mundo y su modelo de retail fue admirado y replicado en países vecinos. Junto con la llegada de un nuevo milenio, un renovado ímpetu se apoderó de los diseñadores chilenos, invisivilizados por un sistema moda que dependía esencialmente del retail. Surgió así el GAM (Grupo Anti Mall), colectivo de diseñadores abiertamente contrarios a la cultura del mall y lo foráneo, que comenzaron a forjar una nueva escena de moda local. A pesar de que finalmente se disolvieron, fueron el primer eslabón de lo que es hoy la industria de moda chilena.
¿De qué hablamos cuando hablamos de ‘moda chilena’?
Para realizar este artículo consulté a mis seguidores de Instagram sus impresiones sobre la moda chilena. Quería saber el input de alguien con un interés sobre la media en la materia, como creo son mis amigos y seguidores de esa red social. “¿Qué moda chilena? No existe industria local”, me respondió alguien. Y es que no son pocas las voces que creen que no existe un sistema que pueda tildarse de industria propiamente tal. La escasez de materias primas de producción local, la falta de mano de obra especializada y el volumen de ventas de lo que denominamos moda chilena no permitirían catalogarla como industria. Sumemos a eso la falta de una cadena productiva integrada, de un calendario de moda y de escasos espacios de comercialización, y la opinión de quienes dicen no existir moda chilena ganaría sustento.
Si bien nuestra industria es precaria, no deja por eso de ser una industria al fin y al cabo. Aun no es relevante su aporte al PIB país, aún hay muchas cosas que mejorar, pero son muchas las personas que aportan desde sus respectivas veredas para lograr ese engranaje. Si no existiese industria de moda local, ¿cómo nos explicamos que Mercedes Benz, el promotor de gran parte de las semanas de la moda más relevantes del orbe, haya apostado por llevar a cabo varias versiones de su fashion week en Chile?
Para delimitar este análisis, entenderemos por moda chilena aquella diseñada en Chile y producida localmente, ya sea a pequeña o mediana escala. Algunos le denominan ‘moda de autor’. Personalmente, no me gusta esa denominación. Toda moda es autoral, todo diseño tiene alguien por detrás, por lo que me parece equívoca. Si lo que se quiere significar con ese nombre es la particularidad estética que el diseñador volca en sus creaciones, refutaría diciendo que esa singularidad estética que se quiere expresar con “moda de autor” es un objetivo de toda marca de moda. La lógica del retail y de tiendas por departamentos que encargan su producción de ropa a China no cabe en lo que denominamos moda chilena.
La ausencia de datos.
Otro de los comentarios que se repitió mucho en la consulta que realicé vía RRSS, fue la falta de apoyo estatal a la moda chilena. Tal vez no sea de público conocimiento, pero el Estado de Chile sí viene, de un tiempo a esta parte, invirtiendo en esta disciplina. Lo hace principalmente a través de dos reparticiones públicas: Pro Chile, organismo que busca potenciar las exportaciones del sector, y el Ministerio de Las Culturas, que tiene una división encargada de diseño, desde donde se ha potenciado a la moda local a través de distintas acciones. Lamentablemente, de esas acciones y activaciones no se levantan datos, al menos no se revelan públicamente.
En 2016, un esfuerzo privado liderado por Matriz Moda, Modus Sistema Observatorio UDP y Quinta Trends levantó las primeras cifras respecto de este sector. La “Encuesta Diagnóstico Económico de la Moda de Autor en Chile” aportó valiosos datos que ayudaron a perfilar mejor lo que denominamos moda chilena, sus necesidades, fortalezas y debilidades. Si bien el catastro fue aplaudido por todos quienes nos desarrollamos profesionalmente en este ámbito, no tuvo continuidad. Tampoco existen estadísticas de las asociaciones gremiales del sector, ni menos datos estatales. Para tomar decisiones acertadas, es necesaria información precisa y fidedigna. Sin estadísticas globales del sector, los intentos por posicionar la moda chilena más allá de nuestras fronteras no se quedarán mas que en activaciones con cócteles y espumantes. Los actores de la industria y los diseñadores locales necesitan el input cualitativo y cuantitativo de las experiencias de sus pares para poder obrar en consecuencia y eliminar la incertidumbre.
Horizonte de soluciones.
Podríamos alargar mucho más este artículo desmenuzando las dificultades, diagnosticando el sistema de moda chileno, sin embargo tan útiles como el diagnóstico resultan las recomendaciones, sobre todo cuando luego de la pandemia tenemos una perspectiva renovada.
Asociatividad: La mayoría de las marcas que se aventuran en esta industria son pequeños emprendimientos que en lo formal corresponden a pequeñas y medianas empresas. En ese contexto, la creación de vínculos redunda en la reducción de la asimetría de la información, baja en los costos de producción, facilitación de negociación con proveedores, entre otros tantos beneficios. Las marcas deben dejar de mirarse con recelo, para ver en sus pares no solo una competencia, sino un potencial aliado.
Difusión: Por la especial naturaleza de la moda, necesitamos de la validación de voces expertas que refuercen el consumo. Muchas veces, he sido testigo de cómo revistas y medios de moda dejan fuera de su pauta a marcas y creativos locales, frente a obligaciones con sus auspiciadores. Si bien es plausible que los vehículos de información honren sus compromisos comerciales, también lo es darle el espacio que se merecen a las marcas locales que tienen una propuesta interesante. Si no, ¿donde está el ejercicio editorial?. Si no, ¿de qué me vale apellidar “Chile” mi revista si solo hablo de marcas extranjeras?
Educación: Las y los egresados de las escuelas de moda no vienen con una formación multidisciplinaria como lo requiere el mundo y el diseño de hoy. Un diseñador tiene que entender de patrones, moldaje y de técnica, pero también tiene que entender de negocios. Muchas de las experiencias fallidas de la moda chilena tienen que ver con este punto.
Por otra parte, la educación técnica está muy menospreciada. Necesitamos diseñadores, pero también necesitamos personas que confeccionen lo que el diseñador creó. No conozco diseñador en Chile que no se queje de la falta de costureras capacitadas.
Profundizar la digitalización: Si tuviésemos que rescatar un efecto positivo de la pandemia, es que aceleró la digitalización del mercado de moda chilena. Muchas marcas se vieron en la necesidad de implementar sus canales de venta on line frente a la emergencia. La presencia on line hoy no es opción, es un must para cualquier emprendimiento o marca consolidada. La virtualidad nos da la oportunidad de crear experiencias de compras tan memorables como las que podemos crear físicamente, y a costos notoriamente más bajos.
Resiliencia: Es verdad, la apertura económica y de los mercados le hicieron un flaco favor a la moda local, pero ya es hora de dejar de llorar sobre la leche derramada. Tengo años escuchando a distintos diseñadores echarle la culpa al empedrado del fracaso de sus modelos de negocios. Debemos asumir que el contexto macroeconómico es algo que no cambiará en lo inmediato y que debemos acoplarnos a ese sistema. Explorar las sinergias que podrían resultar de una colaboración con una marca de retail es mejor que reclamar sin cese. Por de pronto, tenemos mucho que aprender de ellas, en cuestiones como logística y distribución, por ejemplo.
Si bien la industria de moda chilena presenta varias falencias estructurales, soy un convencido de que serán superadas en el mediano plazo. La premisa de la economía sustentable que nos invita a consumir local favorecerá el desempeño comercial de nuestros creativos chilenos; tal vez la nueva Constitución cree un sistema económico un poco más cerrado que proteja a los productores locales frente a la competencia feroz e injusta con grandes conglomerados; las nuevas generaciones seguirán interesadas en hacer de la moda una fuente de trabajo y así, paulatinamente, la moda chilena irá mudando de atuendo y colores.
Créditos fotografía: Pasarela Valparaiso