Por Natalia Yáñez Guzmán, Directora de Diseño de Moda y Gestión UDD.
Diseñadora Industrial. Máster en Dirección de Marketing y Planificación Estratégica.
Especialista en “Fashion Textiles Design” e “Interactive teaching for deep learning”.
A mis 35 años, recuerdo lo que me dijo mi madre a inicios de los 2000 luego de que le mostrara orgullosa y repleta de satisfacción mi primer par de Melissa: “cómo puedes gastar en zapatos de plástico, en vez de preferir zapatos de cuero por el mismo valor”. Este comentario se arraigó tan profundamente en mi retina que, desde entonces, y cada vez que inicio cognitivamente un proceso de compra me pregunto “por qué prefiero este producto por sobre el otro”, y la respuesta es siempre compleja ya que depende de diversas variables. Sin embargo, con absoluta certeza, creo que la materialidad juega un rol fundamental en ellas.
A mediados del siglo XX, las decisiones de compra del consumidor eran comandadas por atributos rápidamente imitables, (qué capacidad posee una lavadora, cuán legítimo es el cuero de una chaqueta, a cuántas revoluciones centrifuga la máquina, etc.). Un claro ejemplo de aquello es que surge el espionaje industrial, con el fin de replicar avances tecnológicos desarrollados por la competencia en las fábricas propias, en el menor tiempo y costo posible.
Con el paso del tiempo y cambios de paradigmas socioculturales, tales como el surgimiento de regulaciones laborales más estrictas, la socialización de las implicancias medioambientales generadas por el cambio climático y la acción humana, se produjo un cambio también en las motivaciones de compra de un nuevo perfil de consumidor, más crítico y reflexivo respecto de lo qué compra, su origen, de qué está hecho, cómo se produce y quién lo manufactura. En función de estas nuevas exigencias y demandas del mercado, la industria tuvo que adaptarse rápidamente con el fin satisfacer con atributos complejamente imitables, “los atributos emocionales”, y así establecer un vínculo permanente con su público objetivo.
Recurro al concepto “atributos emocionales”, porque constituyen las razones fundamentales que instan al consumidor a preferir una marca o producto por sobre cualquier otro, logrando establecer así, ventajas realmente competitivas, sostenibles en el tiempo, y fidelizar de una manera muy diferente a la que tenían antes con sus clientes, como por ejemplo, la que mi madre podría haber sostenido con cualquier marca de calzado, solo por el hecho de ser de cuero.
Los atributos emocionales que motivaron la compra de mis primeros Melissa, fueron impulsados por el proceso productivo considerado, por el material utilizado y, finalmente, por lo respetuoso con el medio ambiente. Consideraban una producción seriada hecha de plástico inyectado en una sola pieza. Manufactura que hasta el minuto era una innovación, pues el “zapato chino de plástico”, era percibido como un producto de muy mala calidad y acreedor de una pésima fama, porque aun cuando era hecho del mismo material, era ensamblado por medio del proceso tradicional de calzado, lo que prácticamente lo hacía desechable, además de que mantenía la morfología y diseño convencional, lo que provocaba problemas de ventilación produciendo afecciones físicas. Su forma era altamente atractiva y únicamente posible gracias a su proceso de manufactura. Tenían un olor característico a frambuesas, que aún expele en mi closet después de más de 15 de años de uso (vida útil mucho mayor a cualquier tipo de calzado de antaño), atributo que únicamente se da por su materialidad, un polímero que no pierde su brillo con el tiempo, ni su eficiencia mecánica, además de poder ser reciclado, pues está constituido en un 100% monomatéricamente.
Recurro a esta anécdota personal, solo para evidenciar la relevancia que posee el cuestionamiento y la reflexión en nuestras decisiones de compra, con el propósito de darle oportunidad a nuevas iniciativas e innovaciones materiales que hoy nos ofrece la industria contemporánea, pues existen variados materiales y procesos de manufactura sostenibles que son dignos de análisis y uso.
Un ejemplo es Blood bio leather, un biocuero fabricado en su totalidad con residuos de mataderos y subproductos de bajo valor económico que mantienen las mismas particularidades y especificaciones técnicas del cuero animal, sin embargo, aprovechan la cadena de valor en un 100%. Otro sustituto sostenible del cuero es Orange fiber, bio textiles hechos a partir de subproductos del jugo de cítricos. La innovación tecnológica que da origen a su proceso está patentado desde el 2014 y presente en los principales productores de jugo de cítricos del mundo.
Un proceso de producto sostenible que pone fin a la devastadora curtiembre de cuero tradicional, que conlleva a la pérdida de más 400 mil millones de litros al año de agua, es lo que ofrece Ecco Leather, quienes construyeron agentes curtientes patentados que son capaces de preservar los colágenos naturales del cuero, sin el uso del volumen de agua habitual, logrando una eficiencia de 20 litros de agua por piel, lo que equivale a 25 millones de litros ahorrados al año, además de evitar la generación de 600 toneladas de lodo con metales pesados que van al vertedero, contaminando las napas subterráneas o directamente al océano.
También existen avances tecnológicos sustentables en insumos y suministros de la industria de la moda. Solo por nombrar alguno, el caso de innovación de la agencia emplazada en Londres Future Fibers, quienes crearon un extracto de pigmento a partir de una bacteria, que se convirtió en el primer espécimen etiquetado con ADN en la colección de pigmentos del Harvard Art Museums’ Straus Center for Conservation and Technical Studies en Estados Unidos.
Estos son solo algunos de los muchos ejemplos que podemos encontrar en la industria de la moda actual. ¡Los invito a conocerlos!.
Imágenes:
El proyecto cuestiona nuestra relación con la naturaleza. Está realizado solo con materiales biodegradables y ha sido intervenida con un ciclo de luz que la hace cambiar constantemente. Nada es lo que parece, nada es permanente, partiendo por nosotros los humanos”
Equipo de trabajo: Liliana Ojeda, Clarisa Menteguiaga, Paulina Villalobos.