Por Luis Miranda
“En la medida que entendamos que transitar hacia la sostenibilidad es un ejercicio que se hace sí o sí de forma interdisciplinaria y colaborativa, vamos a poder avanzar”
Diría que Sofía Calvo casi no necesita presentación. Cualquiera que siga atento el devenir de la moda local sabe la importancia capital de Sofía para el desarrollo de nuestra incipiente industria, de su trabajo incansable por dar a conocer la propuesta de los diseñadores chilenos y latinoamericanos y de su vocación de aportar siempre desde una vereda constructiva. Esta periodista de profesión es la autora de Quintatrends.com, uno de los sitios de moda más longevos del contexto chileno y latinoamericano, docente universitaria y autora de cuatro libros donde la moda es el principal leitmotiv.
Sobre su cuarto libro “Cambiar el Verbo” es que trata esta entrevista. El texto, recientemente lanzado bajo el alero de Ril Editores es un “Viaje por el lado oculto de nuestra ropa”, como reza su portada; un trabajo donde Sofía nos da recomendaciones concretas de cómo hacer de nuestra relación con el vestir una dinámica más sostenible, que minimice el impacto medioambiental y social de una industria que por largo tiempo le ha hecho mucho daño al planeta. “La verdad es que no tenía considerado escribir un libro sobre estos temas, pero en junio del año pasado me invitaron a formar parte del entrenamiento de ‘Climate Reality Project’, que es la Fundación de Al Gore, ex Vicepresidente de Estados Unidos y pionero en la discusión de la emergencia climática. En ese proceso, me di cuenta que era necesario hacerlo, que no podía quedarme de brazos cruzados esperando que al del lado se le ocurriera hacer algo. Decidí desarrollar en un texto en un lenguaje ciudadano, claro, ameno, que invitara a la acción, que no pontificara y que entregara herramientas concretas. El proceso mismo de escritura y recopilación de material duró cerca de seis meses. No fue algo programado, a diferencia de los otros libros. Estuve literalmente motivada por la emergencia climática y por lo que supuso el entrenamiento y la motivación que te da Al Gore y su equipo”.
En tu sitio y en los libros anteriores ya abordabas el tema de la sostenibilidad en la moda, ¿Cuándo esta temática hizo eco en ti y cuándo empezó el activismo desde tu parte sobre la materia? ¿Dirías que hoy es el principal tema que te interesa promover?
Mi interés por temas ambientales viene desde la infancia. El hecho de haber vivido en una casa quinta, con una chacra al frente y donde la naturaleza era parte de lo cotidiano, no un agregado, me marcó. Por otro lado, vengo de una familia muy comprometida con distintas causas políticas y sociales, mi papá fue abogado, estuvo en la Vicaría de la Esperanza. Por mi lado materno, tengo una familia de larga tradición política. Hay algo que corre por mi sangre que hace que me duela el mundo, físicamente. Ese dolor me obliga a comprometerme con causas sociales, con cruzadas que me hagan sentido, es la única manera de acallar esa sensación que me provoca ver la injusticia en todo ámbito.
Cuando me comencé a meter en moda, lo hice desde el prisma latinoamericano. A diferencia de otras chicas que se han inmiscuido en moda por su interés en la ropa en general, a mi siempre me interesó el fenómeno de lo que comunica la industria y mi aproximación fue desde lo local, desde crear con un concepto afianzado en el territorio. Inevitablemente, eso te hace pensar dónde estás parada y en el entorno y ecosistema en el que estás investigando estos temas.
Te diría que el 2010 o 2011, cuando empezó la campaña ‘Detox’ de Greenpeace, yo tomé conciencia real de cuál era el impacto medioambiental de la moda. Tenía una intuición que me indicaba que la cosa no estaba cuadrando, habían señales que la maravilla -bien entre comillas- de la ‘democratización de la moda’ tenía una doble cara. Me lo demostró Greenpeace con la campaña que te mencioné y todo lo que empezó a surgir a partir de ahí en términos de investigación en el ámbito de la sostenibilidad ambiental y social. Eso me hizo mayor sentido de estar involucrada en el mundo de la moda, porque desde lo estético no tengo ningún aporte que hacer; no soy diseñadora, tengo cero habilidades manuales. Mi aporte tiene que ver con las formas de comunicar, con cómo te empoderas entendiendo tu realidad y haciendo del estilo un acto político.
¿Esa motivación inicial en relación a la moda latinoamericana, hoy ha sido superada por la temática de sostenibilidad como el principal de los temas que abordas?
Yo creo que este enfoque desde la sostenibilidad en todos sus vértices –desde lo ambiental, social y económico- es el enfoque transversal de todo lo que yo hago y ahí Latinoamérica se cruza, sin dudas. Yo no hablo desde el aire, sino desde el territorio en el que me paro y que realmente creo que puede ser pionero en estos temas; justamente porque todavía tenemos naturaleza prístina y hay un potencial latinoamericano en términos de la naturaleza, de las comunidades, de los oficios y de los pueblos originarios, que tienen saberes que aportan a la construcción de un nuevo paradigma de la moda. Para mi, la moda latinoamericana siempre va a ser una base, pero sobre un foco permeado por un enfoque de sostenibilidad.
En el libro, señalas que hay marcas y empresas de moda que mal utilizan los términos asociados a la sostenibilidad; según tu diagnóstico, ¿por qué lo hacen: por desconocimiento o deliberadamente, con una agenda oculta? ¿Qué tan grave te parece esta práctica?
Va a sonar naif lo que te voy a decir, pero creo que en la mayoría de los casos no hay mala fe. Quiero creer que no es mala fe, sino desconocimiento; una necesidad un poco desesperada de ponerse a tono con el discurso social, con los temas que están siendo el puntal de la agenda ciudadana, de los Estados y organismos internacionales. Ese tratar de ponerse a tono de manera bien atarantada, hace que incurran en estos errores, porque simplemente adquieren el concepto, pero no entienden lo que hay detrás de él, no procesan lo que significa para el modelo de negocios, de la estrategia. Todo esto se produce por ignorancia y premura.
Este proceso ha sido bastante vertiginoso, y a pesar de que hace rato estos conceptos vienen siendo anunciados por agencias como la WGSN, sabemos cómo funciona el mundo de las empresas; no todas tienen la visión para efectivamente transformarse o crear su empresa desde una mirada más comprometida. Obviamente, hay algunos que lo hacen de mala fe, porque saben que no tienen ningún compromiso con lo que dicen que están haciendo en términos de sostenibilidad. Siguen generando atentados contra los derechos humanos, siguen produciendo un impacto medioambiental brutal a pesar de la emergencia climática, pero comunican que lo están haciendo regio, que tienen líneas sustentables, etc, etc.
Lo malo de usar términos equivocados es que no solamente hacen que no se produzcan los cambios estructurales que se necesitan dentro de la industria, sino que también confunden a las personas. Eso yo creo que es lo más grave, porque los consumidores tienen la disposición de comprar ropa que esté transitando hacia la sostenibilidad, hay estudios que así lo dicen, pero no tienen idea de qué significa eso, dónde se compra, cuáles son los atributos que tiene, qué hay que tener en cuenta y qué no. Ahí hay una pérdida de oportunidad para todos, para que se produzcan los cambios y transformaciones necesarias.
“La moda será sostenible o no será” es una de las frases que destaqué en tu libro. ¿Qué tan realista es esa premisa, considerando que se necesita un cambio paradigmático y de modelos de negocios? ¿En qué plazo crees que podemos alcanzar una industria que sea mayormente sostenible?
Efectivamente estamos en un punto de inflexión a nivel planetario, que nos obliga en todos los ámbitos en que nos desarrollamos a hacer cambios sustanciales si queremos sobrevivir. Así de duro es. Desde esa perspectiva, la industria de la moda tiene que hacer un cambio paradigmático, porque de lo contrario se va a quedar sin recursos. Sin recursos y sin energía no hay forma de crear nuevos productos, por lo tanto no hay negocio. Te aseguro que hay muchas marcas que empezaron a integrar aristas sostenibles bajo esa premisa: que se iban a quedar sin negocio. Es super ambiciosa la frase, pero si no te trazas metas es hacerse trampa, es no mover la aguja y un sin sentido.
El horizonte que traza la ONU a través de la Agenda 2030 es para ese año, pero estamos en 2022 y sería muy iluso pensar que en ocho años vamos a tener una industria mayormente sostenible. No me atrevo a aventurar una época, pero si hacemos un análisis de las proyecciones en términos de la carbono neutralidad de los países, yo esperaría que de aquí al 2060 podamos tener una industria que, por lo menos, utilice solo energías limpias. Eso es posible. Insisto, acá no se trata solo de cambiar tecnologías, mudar de materiales, sino también de una transformación de nuestras formas de relacionarnos con el vestir y entender que los verbos comprar y vender no pueden ser los que manden en la ecuación.
¿Quiénes están mejor preparados para esta transición: los oferentes o los demandantes de moda?
Los demandantes de moda están cada vez más dispuestos a escuchar, lo que los pone en un muy buen pie para comenzar a tomar acciones, pero como el desafío de la sostenibilidad no es individual, no lo podemos hacer solamente los ciudadanos consumidores, sino que lo tiene que hacer el ecosistema en su conjunto. Creo que hay -a nivel nacional y en términos de retail- un compromiso real y no para la foto de hacer una transformación. A veces, ese compromiso se pierde un poco en el lenguaje, en la forma de comunicación, en las maneras de implementarlos, pero sí hay una pre disposición real y no cínica de hacer transformaciones. El punto es que no sacamos nada con que a nivel local hagamos transformaciones, esto tiene que ser un cambio a nivel global y creo que la presión de la misma ciudadanía a la industria está produciendo ese punto de inflexión. Sin embargo, creo que lo que falta ahora son cambios legislativos que empiecen a poner el garrote a estas industrias, porque todo el análisis que se hace a nivel internacional apunta a los cambios en los marcos regulatorios dentro de los cuáles se desarrolla el sistema moda. En Europa ya estamos viendo normas más estrictas, a partir del Pacto Verde, por ejemplo.
¿Qué efectos secundarios negativos vislumbras podría tener este cambio paradigmático, por ejemplo, en una sub industria como la de producción y fotografía de moda, que trabaja en base a la obsolescencia programada y que verá mermado su trabajo si no existen temporadas marcadas?
Tal como está ocurriendo con el proceso de automatización y robotización del mercado laboral, lo que hay que hacer en ese sentido es empezar a pensar en qué maneras utilizar los recursos humanos de tal forma de poder comunicar estas nuevas formas y paradigmas, porque -por más que no hayan colecciones o temporadas marcadas- esa ropa que se arregla, que se personaliza o se supra recicla, la que se intercambia, hay que mostrarla. Eso requiere de un código visual que está en el sector, se necesita de ese capital humano especializado en esa materia. Ese capital humano no tiene que esperar a que la ola le rompa en la cara, tiene que empezar a prepararse y a entender lo importante que es comunicar estas nuevas formas y productos. Eso va a suponer un desafío en términos de estética, códigos visuales, miradas, reinventando en el marco de este nuevo paradigma. Además, la industria de la moda se ve cada vez más desafiada a mostrar su oferta de servicios y productos en distintas plataformas, lo que suponen un ejercicio de creatividad. Hay muchas opciones de trabajo, lo que pasa es que esas posibilidades no serán las tradicionales o típicas y van a requerir otro tipo de competencias, calificaciones y habilidades, pero están ahí sobre la mesa. Los que se conecten con estas nuevas realidades les va a ir muy bien.
Como observas en tu libro y como se constata en los hechos, la gran mayoría de quienes abogan por sostenibilidad en la moda son mujeres, ¿por qué crees que se da ese fenómeno?
Tiene que ver con varios factores. Primero, con el hecho de que muchas nos hemos dado cuenta que la industria de la moda, desde su cadena productiva, está dominada por mujeres. Alrededor del 80% de las personas que trabajan en la confección, son mujeres. Eso ya da un aliciente de por qué se provocan tantos abusos. Si lo miras desde el punto de vista histórico, quienes ponen sobre la mesa las cuestiones ligadas a las malas condiciones laborales son mujeres. También, tenemos que darnos cuenta de la violencia simbólica que ha ejercido la moda sobre nosotras, a través de referentes hegemónicos imposibles, obligándonos a tener determinados cuerpos que no vamos a poder alcanzar y generando una serie de situaciones que atentan contra la autopercepción e incluso contra nuestros derechos humanos, lo hace que muchas de nosotras tomemos conciencia que a esta industria hay que hacerle una intervención y eso no lo puede hacer cualquiera. Tenemos que liderarla aquellas que queremos dejar de ser objetos y queremos a comenzar a ser sujetos. Queremos demostrarle a la industria que se pueden hacer las cosas de manera distinta, porque también tenemos una conciencia del territorio: somos las primeras las que recibimos con más fuerza las inclemencias del cambio climático. En muchos países, son las mujeres las responsables de ir a buscar el agua para sus comunidades. Por lo general, somos las responsables de preocuparnos de la alimentación de nuestras familias, por tanto hay una conciencia de la naturaleza, de sus recursos. Esas distintas variables y su entendimiento ha hecho que nos queramos comprometer en hacer transformaciones.
Por último, ¿quién tiene mayor responsabilidad frente al desarrollo de marcas sostenibles: un diseñador o marca pequeña que puede controlar la integración vertical de su negocio o una gran compañía de moda que tiene los recursos humanos y económicos para auditar sus procesos?
Todos tenemos responsabilidad. No me atrevería a decir quién tiene más o menos. Una marca local, como tú bien dices, tiene más posibilidad de tener el control de ciertos aspectos de su cadena de valor, pero no tiene necesariamente los recursos para que esos procesos sean económicamente sostenibles, para que pueda crecer como marca y mantenerse en el tiempo. Por otro lado, las grandes marcas tienen una tremenda responsabilidad, sin duda, porque en la medida que ellos inviertan plata en investigación y desarrollo y comiencen a producir a una escala mayor con determinados materiales o funcionen con energías limpias, lo que hacen es disminuir los precios y que los diseñadores más pequeños puedan acceder a materiales más sostenibles, con menor impacto, incorporándolos a sus producciones y cadenas productivas. Acá todos tienen una responsabilidad, a distintos grados, diría yo, pero si cada uno no asume la suya, la cosa no funciona. Esto es un engranaje, un ecosistema. En la medida que entendamos que transitar hacia la sostenibilidad es un ejercicio que se hace sí o sí de forma interdisciplinaria y colaborativa, vamos a poder avanzar.