Por Francisca Vargas Ramos
Cada vez que comienza un nuevo Fashion Week o un diseñador estrena un nuevo desfile, además de disfrutar cada look que toma el protagonismo de la pasarela, me pregunto qué personas hay detrás de la confección de ese vestuario. Más allá de las luces, los flashes, el glamour y la elegancia que tiene un desfile, también es importante conocer el detrás de escena ¿no?
Desde el diseño, la elección de insumos, corte y confección hasta la definición de pequeños detalles. Artesanas, costureras o sastres están detrás de cada una de esas pequeñas estaciones, que unidas, crean esa pieza soñada que nos encantaría lucir. Si pensamos en nuestro país, son varios los diseñadores nacionales que trabajan con distintos talleres que brindan el apoyo manufacturero que se necesita para terminar una colección. De esa manera, se crea una cadena de trabajo para mujeres y hombres que se dedican a la industria textil que, si bien aún sigue vigente, últimamente no está en sus mejores condiciones.
Con la pandemia y el confinamiento, las condiciones de trabajo cambiaron. Los talleres cerraron, no se crearon moldes, no se cortó más tela y las máquinas pararon de coser por un tiempo. Según la Encuesta Nacional de Empleo (ENE), a comienzos del 2019 entre enero y marzo, 672.511 personas del rubro textil y de vestuario trabajaban en su domicilio. Con la crisis sanitaria, entre los meses de junio y agosto de 2020 se produjo un gran aumento, llegando a la cifra de 1.760.899 personas trabajando bajo esa modalidad.
Para el periodo de julio y septiembre de 2021, 1.280.787 personas trabajaban en sus casas, de esta cifra, 555 mil son hombres y más de 724 mil son mujeres. Trabajadores que tuvieron que modificar su espacio y transformar algún rincón de su casa en un pequeño taller que les permitiera seguir trabajando mientras la pandemia pasaba.
Sin embargo, el espacio de trabajo no fue lo único que tuvo alteraciones. Un estudio realizado por la Organización Mundial del Trabajo realizado en el 2021 indica que, “en el caso de Chile, en la cadena de confección, la pandemia y con ella, la baja en la producción y en las ventas, impacta produciendo un empeoramiento económico y social de la cadena en su conjunto, pero afectando sobre todo a los eslabones más precarios. Al mismo tiempo, se genera un empeoramiento en las condiciones laborales que se distribuye de forma similar, hacia quienes se encuentran en posiciones menos favorables”.
Las consecuencias que trajo el Covid-19 para el rubro textil no pasaron desapercibidas. Según el estudio realizado por la Fundación Sol, la intermitencia en el transporte marítimo y terrestre provocó escasez de insumos que resultaban imprescindibles para poder realizar colecciones. Esto afecto directamente a los trabajadores de la industria ya que dificultaba la continuación de los servicios que presentaban a grandes empresas del rubro. Al ver que su trabajo estaba cada vez más obstaculizado, muchas mujeres tuvieron que restructurar la manera en la que trabajaban, buscando nuevos proyectos que les permitiera trabajar desde casa.
El cierre de los espacios de trabajo y de comercialización provocó un gran remezón en la industria. De acuerdo con las entrevistas realizadas por fundación, tanto aquellos diseñadores nacionales que vieron ralentizada su producción como aquellos manufactureros que ayudaban a que las colecciones fueran una realidad, tuvieron que restructurar su manera de trabajar. Incluso aquellos trabajadores de grandes marcas, tuvieron que innovar y buscar nuestros productos que comercializar de manera independiente.
Sin embargo, como consecuencia de la pandemia los insumos se encarecieron y los circuitos de venta y clientela cambiaron, algo que impulsó a costureros, modistas y sastres a estar en constante adaptación. Si bien durante este periodo de crisis económica tuvo ayudas estatales, muchos de los trabajadores del área tenían lagunas previsionales debido a la poca fiscalización y regulación de las condiciones laborales de esta industria.
A pesar de que la pandemia resulta ser un problema específico y puntual que esta industria ha tenido que enfrentar, muchos amantes de la moda en Chile soñamos con que en algún momento este rubro se valore y desarrolle a tal punto de que sea una industria que permita generar trabajos estables y bien remunerados para cada una de las personas que sean parte de esta larga cadena.
Además, de esta manera el diseño nacional y emergente podría comenzar a armar su camino de manera más firme. Incluso, diferentes muestras, desfiles e intervenciones podrían ser parte del programa socio cultural que podría ofrecer nuestro país, prácticas que son bien conocidas por países como Argentina o España.
Potenciar lo hecho en Chile, mejorar las condiciones laborales para cada trabajador dentro de esta cadena y visibilizar aun más el producto nacional son algunos de los grandes desafíos que quedan por enfrentar. Tres temáticas que, a día de hoy, varias organizaciones y colectivos, están intentando mejorar y que en Vístete Local seguiremos visibilizando.